(mini cuento)
Sucedió de nuevo, la última hoja del Preludio 1 de Gershwin salió volando por la ventana. ¿Una señal? ¿Una excusa? ¿Un recordatorio de que debo llamar al vidriero? Quizá. Lo cierto es que mis ventanas no tienen mosquitero y el aire sopla fuerte en el tercer piso, ocasionándome más de una vez este tipo de contratiempos. La primera vez que un ventarrón me arrebató una partitura la dejé ir; la segunda vez la seguí y fue a dar al patio de la casa de mis vecinos, a quienes nunca había visto pues la casa tiene años abandonada, solo sabemos que el jardinero viene dos o tres veces al año. Los vecinos que rodean la propiedad han mandado decirle a los dueños que les compran la casa, o una parte del enorme terreno, y al regresar el jardinero con la respuesta siempre es la misma: no se vende. Ahora mi hoja voló al mismo lugar, solo que llego más adentro, aterrizando justo en la puerta de la casa. La observé, podría reimprimirla. A falta de impresora decidí pegar un brinco y entrar por ella. Me apresuré para salir lo antes posible de ahí. Subí las escaleras del porche y la madera vieja rechinó. Tomé mi hoja, y en vez de correr hacia afuera me quede parada ¿Qué había adentro? Cuando llegué al barrio la casa ya estaba abandonada, o por lo menos nunca vimos a nadie salir y entrar, únicamente al jardinero quien no parecía entrar más que al jardín. Empecé a dejar volar la imaginación cuando otra ráfaga de viento se convirtió en cómplice y alcahueta: el ventarrón abrió la puerta. Respiré profundamente, tomé un ladrillo del jardín-por si necesitaba defenderme-y entré. La luz de la mañana, la calle transitada y las risas de los niños del colegio de enfrente me fueron tranquilizando, pronto no era nerviosismo sino remordimiento lo que sentía. No tenía derecho a estar ahí, pero no me iría aun.
Sucedió de nuevo, la última hoja del Preludio 1 de Gershwin salió volando por la ventana. ¿Una señal? ¿Una excusa? ¿Un recordatorio de que debo llamar al vidriero? Quizá. Lo cierto es que mis ventanas no tienen mosquitero y el aire sopla fuerte en el tercer piso, ocasionándome más de una vez este tipo de contratiempos. La primera vez que un ventarrón me arrebató una partitura la dejé ir; la segunda vez la seguí y fue a dar al patio de la casa de mis vecinos, a quienes nunca había visto pues la casa tiene años abandonada, solo sabemos que el jardinero viene dos o tres veces al año. Los vecinos que rodean la propiedad han mandado decirle a los dueños que les compran la casa, o una parte del enorme terreno, y al regresar el jardinero con la respuesta siempre es la misma: no se vende. Ahora mi hoja voló al mismo lugar, solo que llego más adentro, aterrizando justo en la puerta de la casa. La observé, podría reimprimirla. A falta de impresora decidí pegar un brinco y entrar por ella. Me apresuré para salir lo antes posible de ahí. Subí las escaleras del porche y la madera vieja rechinó. Tomé mi hoja, y en vez de correr hacia afuera me quede parada ¿Qué había adentro? Cuando llegué al barrio la casa ya estaba abandonada, o por lo menos nunca vimos a nadie salir y entrar, únicamente al jardinero quien no parecía entrar más que al jardín. Empecé a dejar volar la imaginación cuando otra ráfaga de viento se convirtió en cómplice y alcahueta: el ventarrón abrió la puerta. Respiré profundamente, tomé un ladrillo del jardín-por si necesitaba defenderme-y entré. La luz de la mañana, la calle transitada y las risas de los niños del colegio de enfrente me fueron tranquilizando, pronto no era nerviosismo sino remordimiento lo que sentía. No tenía derecho a estar ahí, pero no me iría aun.
Mi caminar era cuidadoso, aun así cada paso que daba
levantaba una ligera nube de polvo acumulado por años en la alfombra amarilla.
Una enorme y gruesa televisión estaba aún conectada a la electricidad, y los
sillones con estampado floral estaban orientados hacia ella. El refrigerador
con bordes redondeados y color verdoso me recordaba a imágenes vistas en
revistas de los años 60s de mis padres. Lo abrí esperando lo peor, con el mismo
temor que destapó un molde de contenido dudoso al fondo de mi refrigerado.
Estaba vacío. En el congelador solo había un pedazo de pastel blanco congelado.
Me pareció muy extraño que la casa tuviera electricidad, nunca vi una luz
prendida por lo que asumí que no tenía.
Continué mi recorrido sintiéndome cada vez más culpable y
menos temerosa. Llegué a un pasillo largo y obscuro. Prendí la luz. A lo largo
se encontraban colgadas decenas de fotos, primero de una pareja joven en la
playa, la isla al fondo me confirmaba que eran locales. Después seguía una
serie de fotos de la misma pareja en su boda, una muy feliz al parecer pues sus
rostros estaban radiantes y llenos de amor. Algunos retratos más adelante
aparecía una bebe, sabía que era niña por el enorme moño que traía en su
cabecita pelona. Seguían retratos familiares realmente bellos, la mayoría
dentro de esa misma casa y en el jardín que una vez tuvo árboles frondosos de
los cuales colgaban columpios y hamacas. Fotos de tardes veraniegas en el
porche, de carne asada con amigos,
navidades con ponche y regalos. No aparecían hermanos, solo esa única
niña que parecía haber tenido una infancia muy feliz. Al llegar al final de
pasillo, la puerta cerrada era una invitación a seguir con las transgresiones
de la tarde, así que la abrí.
Me quedé unos instantes petrificada, y después retrocedí
unos pasos. No era nada extraordinario lo que veía, pero las circunstancias le
inyectaban al cuadro algo siniestro. La ropa de boda de los novios estaba
dispuesta sobre la cama matrimonial. Cuidadosamente extendidos, zapatos
acomodados, joyas, velo y tocado. Al
lado en la mesa de noche, una bola de estambre y algo que parecía un pequeño
pantalón sin terminar. Frente a ellos más retratos y una pila de cartas,
algunas abiertas y otras cerradas. Una de ellas estaba enmarcada. Con el puso
acelerado la tomé y leí:
Querida
Verónica:
Antes
que nada queremos agradecerte este generoso regalo que nos hiciste, tu padre y
yo la hemos pasado de maravilla en Londres y aunque fue muy difícil convencerlo
y que superara su miedo al mar, ahora dice que haberse subido a ese barco fue
lo mejor que pudo haber hecho. Hasta disfrutó el trayecto. Estamos a punto de
concluir nuestro recorrido y mañana iniciamos el viaje a casa. Te extraño mucho
y ya quiero abrazarte, aunque seas una mujer adulta para mí siempre serás mi
pequeña niña. Dile a Ernesto que le mando un abrazo, y que cuide mucho de la
futura mami y de mi nieto o nieta ¿Qué crees que sea? Dicen que las madres
saben, yo sabía que tú serías una niña desde el principio. Cuando llegue
terminaremos de tejer las piyamas para el invierno. Besos hija, nos vemos
pronto.
Tu mami que te quiere
Londres, Junio de 1979
Corrí al pasillo y tomé el último retrato en mis manos. Eran
ellos abordando un barco. Empecé a procesar la información cuando un grito de
afuera me hizo soltar la foto, estrellándose el vidrio en el piso. ¿Quién anda
ahí? Salgan inmediatamente. Corrí a la puerta con las manos en alto, el
ladrillo hace rato que lo había olvidado.
- ¿Qué hace adentro? ¿Movió algo? Doña Verónica no permite
que nadie entre. Váyase por favor.
-Lo siento, solo venia por mi hoja que se voló hacia acá y
se abrió la puerta-Le mostré mi partitura que estaba ya arrugada pues la había
metido a la bolsa de mi pantalón.
-Váyase y no vuelva.
-Espére…
Por unos instantes guardé silencio. Realmente no sabía que
iba a decirle pero quería saber más sobre esa familia. Mi falta de sagacidad no
me permitió formular un plan maestro en menos de un minuto así que aposté por
la honestidad.
-Soy la vecina, vivo en el tercer piso. Nunca he visto a los
dueños y me preguntaba si me podría usted…
-Solo soy el jardinero, pero no me haría mal algo de
compañía. Y una coca. Usted tráigame una coca del Oxxo y platicamos mientras barro
estas hojas.
Me lancé al Oxxo más cercano, que todos sabemos no puede ser
a más de dos cuadras de distancia. Le llevé la de tres litros y un vaso para
tener suficiente tiempo. También me compré un chocolate. No tengo justificante
para eso.
Llegando inicié la conversación diciéndole que mi familia
vivía en la cuadra, mi hermano al lado y luego mi mamá. Pensé que si yo soltaba
información primero confiaría en mí. Resultó que no necesitaba tanto pues él
también tenía ganas de platicar.
-¿Qué quiere saber? De segurito vio los trajes y casi se le
sale el corazón-Dijo con tono burlón, e inmediatamente después continuó pero
ahora con tono sombrío-No debería haber entrado, a Verónica no le agrada que
otros vean el altar que les hizo a sus santos padres.
Noté que esta vez no usó el Doña antes de Verónica, así que
me atreví a preguntar.
-¿Ella es su amiga? ¿Hace cuánto que no viene aquí?
Ella no ha vuelto desde los años 80. La conozco desde que
éramos niños, mi padre era jardinero de la familia y cuando lo acompañaba a
trabajar la señora Iris siempre me decía:-Juega con mi niña, se la pasa aquí
entre puros adultos. Yo siempre la veía muy contenta, y jugábamos a treparnos
en los árboles que antes estaban aquí mero…
Se detuvo. No podía ver sus ojos por los lentes obscuros.
Apretó la pala con sus manos secas y rugosas. Después de un tiempo soltó un
suspiro y continuó hablando con sobriedad.
-Cada sábado veníamos y ella ya me esperaba. Éramos grandes
amigos y cuando teníamos edad nos dejaban bajar a la playa mientras mi padre
hacia su trabajo. A mí se me hacían largos los siente días que tenía que
esperar para volverla a ver, y con los años empecé a darme cuenta que era muy
bonita. Fui muy tonto.
Las últimas palabras las dijo con un tinte de enojo. Le
serví otra coca cola.
-Fue un sábado cuando vino por primera vez Ernesto. Él y su
familia andaban de vacaciones y se desorientaron buscando Puerto Nuevo. La
señora Iris siempre muy amable les invitó una limonada. Y ahí comenzó. Los padres de Verónica se encariñaron con
Ernesto, y siendo que el venia de Guadalajara a ella tampoco le desagradaba
pues la gente de ciudad le fascinaba. Ahora cuando llegaba ya no me estaba
esperando, seguido iba a San Diego o Ensenada y solo le veía el polvo cuando
salía apurada a subirse al coche de Ernesto.
El jardinero ya solo movía las hojas secas de un lado a
otro. Su pantalón de mezclilla azul rey contrastaba fuertemente con la camisa
blanca percudida que dejaba ver manchas de sudor aquí y allá. Me llamó la
atención su reloj, tuve uno idéntico cuando era niña, allá por 1981 los relojes
calculadoras eran muy populares.
-Un día anunciaron la boda-dijo de repente- Para entonces ya
trabajaba yo tiempo completo en la jardinería, y nos pidieron que arregláramos
el jardín especialmente para la ocasión. Señorita, le juro que pasó por mi
mente llenar el jardín de serpientes, para ese entonces ya sabía yo que estaba
enamorado de la Vero, y la noticia aunque no me sorprendía me partía el alma.
Esa misma noche tuve mi primera borrachera, y para mi suerte ella me acompañó.
Saliendo de su casa me fui a la única cantina del pueblo, y un par de horas después
llego ella. Venía con una amiga, pero la dejó para venirse a sentar a mi lado.
En la barra pidió dos cervezas, me ofreció un cigarro y me lo dió prendido. Sus
labios y los míos se tocaron por única vez a través de ese filtro, y si no
fuera por mi borrachera le juro que lo hubiera guardado hasta el día de hoy.
Esa noche no hablamos de tristezas, tomamos, fumamos, cantamos, y cuando la luz
del sol se coló por la ventana supe que era el fin. Verónica me tomó de las
manos. Sus ojos negros penetrantes me miraban fijamente, que bonitos ojos,
chingado. Total, le Vero me dio el golpe de gracia con unas cuantas palabras:
Pablo, debo irme y quizá no vuelva. Te encargo mucho a mis papás, eres mi mejor
amigo y sé que puedo confiar en ti. -¿A dónde te vas? Pregunté. A Guadalajara,
contestó. Son dos horas de diferencia, cuando me llames fíjate bien la hora en
tu reloj ese apantallador que traes, no vayas a llamar en una hora
imprudente.-Después me escribió un número raro y largo en una servilleta y
decía: espero tú llamada todos los sábados. Y se fue. Nunca llamé. Después de
esa noche me fui a trabajar a Los Ángeles. No estuve en la boda y después supe
que Verónica se fue a llorar cuando mi papá le dijo que no vendría.
-Hubo un accidente-Le dije de manera abrupta.
-Si-contestó.- Hubo un accidente en el barco ese donde los
mando el Señor Ernesto. Los cruceros son para ricos, y como él era rico les
mando a sus suegros un regalito. Verónica nunca se lo perdonó, aunque el pobre
hombre que iba a saber. Lástima, ellos eran los mejores patrones que uno
pudiera querer, siempre nos recibían con limonada y una sonrisa. Dentro de la
desgracia, se me hizo ver a Verónica un par de veces más. Vino al velorio sola,
y luego se encerró una semana en la casa. Llegado el sábado vine a hacer mi
trabajo y ahí la encontré, sentada en el porche llorando con un vaso de
limonada-No sabe igual-Decía sollozando. Me preocupó que le hiciera daño al
bebe que traía en la panza e intente calmarla. La abracé un rato largo esa
tarde, platicamos y llegamos a la conclusión de que la limonada de la señora
Iris debía tener algún ingrediente secreto.
Llegada la noche fue momento de despedirnos, y antes de que
me fuera me hizo pasar a ver el altar que les había hecho a sus padres. Me
recordó la noche de la cantina, y me hizo jurarle que cuidaría ahora el
recuerdo de sus padres. Antes de irse me dijo: tengo el mismo número, aun
espero tu llamada los sábados. Y se fue.
Señorita, es todo lo que puedo decirle. No sé si le dije más
de lo que quería saber o no le dije suficiente, pero ya me voy porque tengo una
llamada que hacer. Se quitó los lentes para guiñar un ojo.
Me fui. Subí al tercer piso y puse mi partitura arrugada
sobre el piano. Repasé la historia que me había contado el jardinero, que por
cierto nunca me dijo su nombre. Me asomé por la ventana cuando lo oí cerrar el
cerco de la casa de al lado, y sentí mucha alegría al ver que venía a su
encuentro una hermosa señora con dos niñas que le decían Papá. A pesar de la
historia de amor fallido tuvo su final feliz y además ganó una amiga fiel de
por vida. Regresé mis pensamientos a la partitura, tenía que terminar ese
preludio antes de mi próximo viaje.
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