miércoles, 14 de septiembre de 2016

Los vecinos

(mini cuento)

Sucedió de nuevo, la última hoja del Preludio 1 de Gershwin salió volando por la ventana. ¿Una señal? ¿Una excusa? ¿Un recordatorio de que debo llamar al vidriero? Quizá. Lo cierto es que mis ventanas no tienen mosquitero y el aire sopla fuerte en el tercer piso, ocasionándome más de una vez este tipo de contratiempos. La primera vez que un ventarrón me arrebató una partitura la dejé ir; la segunda vez la seguí y fue a dar al patio de la casa de mis vecinos, a quienes nunca había visto pues la casa tiene años abandonada,  solo sabemos que el jardinero viene dos o tres veces al año. Los vecinos que rodean la propiedad han mandado decirle a los dueños que les compran la casa, o una parte del enorme terreno, y al regresar el jardinero con la respuesta siempre es la misma: no se vende.  Ahora mi hoja voló al mismo lugar, solo que llego más adentro, aterrizando justo en la puerta de la casa. La observé, podría reimprimirla. A falta de impresora decidí pegar un brinco y entrar por ella. Me apresuré para salir lo antes posible de ahí. Subí las escaleras del porche y la madera vieja rechinó. Tomé mi hoja, y en vez de correr hacia afuera me quede parada ¿Qué había adentro? Cuando llegué al barrio la casa ya estaba abandonada, o por lo menos nunca vimos a nadie salir y entrar, únicamente al jardinero quien no parecía entrar más que al jardín. Empecé a dejar volar la imaginación cuando otra ráfaga de viento se convirtió en cómplice y alcahueta: el ventarrón abrió la puerta. Respiré profundamente, tomé un ladrillo del jardín-por si necesitaba defenderme-y entré. La luz de la mañana, la calle transitada y las risas de los niños del colegio de enfrente me fueron tranquilizando, pronto no era nerviosismo sino remordimiento lo que sentía. No tenía derecho a estar ahí, pero no me iría aun.
Mi caminar era cuidadoso, aun así cada paso que daba levantaba una ligera nube de polvo acumulado por años en la alfombra amarilla. Una enorme y gruesa televisión estaba aún conectada a la electricidad, y los sillones con estampado floral estaban orientados hacia ella. El refrigerador con bordes redondeados y color verdoso me recordaba a imágenes vistas en revistas de los años 60s de mis padres. Lo abrí esperando lo peor, con el mismo temor que destapó un molde de contenido dudoso al fondo de mi refrigerado. Estaba vacío. En el congelador solo había un pedazo de pastel blanco congelado. Me pareció muy extraño que la casa tuviera electricidad, nunca vi una luz prendida por lo que asumí que no tenía.
Continué mi recorrido sintiéndome cada vez más culpable y menos temerosa. Llegué a un pasillo largo y obscuro. Prendí la luz. A lo largo se encontraban colgadas decenas de fotos, primero de una pareja joven en la playa, la isla al fondo me confirmaba que eran locales. Después seguía una serie de fotos de la misma pareja en su boda, una muy feliz al parecer pues sus rostros estaban radiantes y llenos de amor. Algunos retratos más adelante aparecía una bebe, sabía que era niña por el enorme moño que traía en su cabecita pelona. Seguían retratos familiares realmente bellos, la mayoría dentro de esa misma casa y en el jardín que una vez tuvo árboles frondosos de los cuales colgaban columpios y hamacas. Fotos de tardes veraniegas en el porche, de carne asada con amigos,  navidades con ponche y regalos. No aparecían hermanos, solo esa única niña que parecía haber tenido una infancia muy feliz. Al llegar al final de pasillo, la puerta cerrada era una invitación a seguir con las transgresiones de la tarde, así que la abrí.

Me quedé unos instantes petrificada, y después retrocedí unos pasos. No era nada extraordinario lo que veía, pero las circunstancias le inyectaban al cuadro algo siniestro. La ropa de boda de los novios estaba dispuesta sobre la cama matrimonial. Cuidadosamente extendidos, zapatos acomodados, joyas, velo  y tocado. Al lado en la mesa de noche, una bola de estambre y algo que parecía un pequeño pantalón sin terminar. Frente a ellos más retratos y una pila de cartas, algunas abiertas y otras cerradas. Una de ellas estaba enmarcada. Con el puso acelerado la tomé y leí:

          Querida Verónica:
               Antes que nada queremos agradecerte este generoso regalo que nos hiciste, tu padre y yo la hemos pasado de maravilla en Londres y aunque fue muy difícil convencerlo y que superara su miedo al mar, ahora dice que haberse subido a ese barco fue lo mejor que pudo haber hecho. Hasta disfrutó el trayecto. Estamos a punto de concluir nuestro recorrido y mañana iniciamos el viaje a casa. Te extraño mucho y ya quiero abrazarte, aunque seas una mujer adulta para mí siempre serás mi pequeña niña. Dile a Ernesto que le mando un abrazo, y que cuide mucho de la futura mami y de mi nieto o nieta ¿Qué crees que sea? Dicen que las madres saben, yo sabía que tú serías una niña desde el principio. Cuando llegue terminaremos de tejer las piyamas para el invierno. Besos hija, nos vemos pronto.

Tu mami que te quiere
                                                                                Londres, Junio de 1979

Corrí al pasillo y tomé el último retrato en mis manos. Eran ellos abordando un barco. Empecé a procesar la información cuando un grito de afuera me hizo soltar la foto, estrellándose el vidrio en el piso. ¿Quién anda ahí? Salgan inmediatamente. Corrí a la puerta con las manos en alto, el ladrillo hace rato que lo había olvidado.
- ¿Qué hace adentro? ¿Movió algo? Doña Verónica no permite que nadie entre. Váyase por favor.
-Lo siento, solo venia por mi hoja que se voló hacia acá y se abrió la puerta-Le mostré mi partitura que estaba ya arrugada pues la había metido a la bolsa de mi pantalón.
-Váyase y no vuelva.
-Espére…
Por unos instantes guardé silencio. Realmente no sabía que iba a decirle pero quería saber más sobre esa familia. Mi falta de sagacidad no me permitió formular un plan maestro en menos de un minuto así que aposté por la honestidad.
-Soy la vecina, vivo en el tercer piso. Nunca he visto a los dueños y me preguntaba si me podría usted…
-Solo soy el jardinero, pero no me haría mal algo de compañía. Y una coca. Usted tráigame una coca del Oxxo y platicamos mientras barro estas hojas.
Me lancé al Oxxo más cercano, que todos sabemos no puede ser a más de dos cuadras de distancia. Le llevé la de tres litros y un vaso para tener suficiente tiempo. También me compré un chocolate. No tengo justificante para eso.
Llegando inicié la conversación diciéndole que mi familia vivía en la cuadra, mi hermano al lado y luego mi mamá. Pensé que si yo soltaba información primero confiaría en mí. Resultó que no necesitaba tanto pues él también tenía ganas de platicar.
-¿Qué quiere saber? De segurito vio los trajes y casi se le sale el corazón-Dijo con tono burlón, e inmediatamente después continuó pero ahora con tono sombrío-No debería haber entrado, a Verónica no le agrada que otros vean el altar que les hizo a sus santos padres.
Noté que esta vez no usó el Doña antes de Verónica, así que me atreví a preguntar.
-¿Ella es su amiga? ¿Hace cuánto que no viene aquí?
Ella no ha vuelto desde los años 80. La conozco desde que éramos niños, mi padre era jardinero de la familia y cuando lo acompañaba a trabajar la señora Iris siempre me decía:-Juega con mi niña, se la pasa aquí entre puros adultos. Yo siempre la veía muy contenta, y jugábamos a treparnos en los árboles que antes estaban aquí mero…
Se detuvo. No podía ver sus ojos por los lentes obscuros. Apretó la pala con sus manos secas y rugosas. Después de un tiempo soltó un suspiro y continuó hablando con sobriedad.
-Cada sábado veníamos y ella ya me esperaba. Éramos grandes amigos y cuando teníamos edad nos dejaban bajar a la playa mientras mi padre hacia su trabajo. A mí se me hacían largos los siente días que tenía que esperar para volverla a ver, y con los años empecé a darme cuenta que era muy bonita. Fui muy tonto.
Las últimas palabras las dijo con un tinte de enojo. Le serví otra coca cola.
-Fue un sábado cuando vino por primera vez Ernesto. Él y su familia andaban de vacaciones y se desorientaron buscando Puerto Nuevo. La señora Iris siempre muy amable les invitó una limonada. Y ahí comenzó.  Los padres de Verónica se encariñaron con Ernesto, y siendo que el venia de Guadalajara a ella tampoco le desagradaba pues la gente de ciudad le fascinaba. Ahora cuando llegaba ya no me estaba esperando, seguido iba a San Diego o Ensenada y solo le veía el polvo cuando salía apurada a subirse al coche de Ernesto.
El jardinero ya solo movía las hojas secas de un lado a otro. Su pantalón de mezclilla azul rey contrastaba fuertemente con la camisa blanca percudida que dejaba ver manchas de sudor aquí y allá. Me llamó la atención su reloj, tuve uno idéntico cuando era niña, allá por 1981 los relojes calculadoras eran muy populares.
-Un día anunciaron la boda-dijo de repente- Para entonces ya trabajaba yo tiempo completo en la jardinería, y nos pidieron que arregláramos el jardín especialmente para la ocasión. Señorita, le juro que pasó por mi mente llenar el jardín de serpientes, para ese entonces ya sabía yo que estaba enamorado de la Vero, y la noticia aunque no me sorprendía me partía el alma. Esa misma noche tuve mi primera borrachera, y para mi suerte ella me acompañó. Saliendo de su casa me fui a la única cantina del pueblo, y un par de horas después llego ella. Venía con una amiga, pero la dejó para venirse a sentar a mi lado. En la barra pidió dos cervezas, me ofreció un cigarro y me lo dió prendido. Sus labios y los míos se tocaron por única vez a través de ese filtro, y si no fuera por mi borrachera le juro que lo hubiera guardado hasta el día de hoy. Esa noche no hablamos de tristezas, tomamos, fumamos, cantamos, y cuando la luz del sol se coló por la ventana supe que era el fin. Verónica me tomó de las manos. Sus ojos negros penetrantes me miraban fijamente, que bonitos ojos, chingado. Total, le Vero me dio el golpe de gracia con unas cuantas palabras: Pablo, debo irme y quizá no vuelva. Te encargo mucho a mis papás, eres mi mejor amigo y sé que puedo confiar en ti. -¿A dónde te vas? Pregunté. A Guadalajara, contestó. Son dos horas de diferencia, cuando me llames fíjate bien la hora en tu reloj ese apantallador que traes, no vayas a llamar en una hora imprudente.-Después me escribió un número raro y largo en una servilleta y decía: espero tú llamada todos los sábados. Y se fue. Nunca llamé. Después de esa noche me fui a trabajar a Los Ángeles. No estuve en la boda y después supe que Verónica se fue a llorar cuando mi papá le dijo que no vendría.
-Hubo un accidente-Le dije de manera abrupta.
-Si-contestó.- Hubo un accidente en el barco ese donde los mando el Señor Ernesto. Los cruceros son para ricos, y como él era rico les mando a sus suegros un regalito. Verónica nunca se lo perdonó, aunque el pobre hombre que iba a saber. Lástima, ellos eran los mejores patrones que uno pudiera querer, siempre nos recibían con limonada y una sonrisa. Dentro de la desgracia, se me hizo ver a Verónica un par de veces más. Vino al velorio sola, y luego se encerró una semana en la casa. Llegado el sábado vine a hacer mi trabajo y ahí la encontré, sentada en el porche llorando con un vaso de limonada-No sabe igual-Decía sollozando. Me preocupó que le hiciera daño al bebe que traía en la panza e intente calmarla. La abracé un rato largo esa tarde, platicamos y llegamos a la conclusión de que la limonada de la señora Iris debía tener algún ingrediente secreto.
Llegada la noche fue momento de despedirnos, y antes de que me fuera me hizo pasar a ver el altar que les había hecho a sus padres. Me recordó la noche de la cantina, y me hizo jurarle que cuidaría ahora el recuerdo de sus padres. Antes de irse me dijo: tengo el mismo número, aun espero tu llamada los sábados. Y se fue.
Señorita, es todo lo que puedo decirle. No sé si le dije más de lo que quería saber o no le dije suficiente, pero ya me voy porque tengo una llamada que hacer. Se quitó los lentes para guiñar un ojo.
Me fui. Subí al tercer piso y puse mi partitura arrugada sobre el piano. Repasé la historia que me había contado el jardinero, que por cierto nunca me dijo su nombre. Me asomé por la ventana cuando lo oí cerrar el cerco de la casa de al lado, y sentí mucha alegría al ver que venía a su encuentro una hermosa señora con dos niñas que le decían Papá. A pesar de la historia de amor fallido tuvo su final feliz y además ganó una amiga fiel de por vida. Regresé mis pensamientos a la partitura, tenía que terminar ese preludio antes de mi próximo viaje.




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