miércoles, 29 de marzo de 2017


Mozart y la música que nos negaron

                                                                          Claudia Verónica Franco Viedas

Treinta y cinco años de música fue todo lo que nos dejó Mozart. Genio entre genios, controversial, irreverente y libre pensador, nuestro amado Wolfang se fue temprano dejando para siempre la incógnita de lo que pudo ser. Sin duda tres décadas y media no bastaron para heredar todo su legado musical a la humanidad, pero más inquietante aun es el camino que la música hubiera tomado de haber permanecido en este mundo desarrollando su explosivo y revolucionario potencial.
          Hay muchas cosas que sabemos sobre Wolfang Amadeus Mozart: fue un niño prodigio que asombró a Europa con su habilidad musical,  tocaba el clavecín y componía a temprana edad,  se casó con Constanza y vivió una vida bohemia y desordenada y murió en extrema pobreza, enfermo y en gran parte desconocido por una ciudad que después lucraría con su imagen y memoria por cientos de años.
          Luego están las leyendas: que el compositor italiano Salieri era su eterno enemigo, que sus partituras no contenían ningún error y que componía de manera casi mágica obras de principio a fin sin dudar. Lo cierto es que si trabajaba de manera mental las piezas mucho antes de anotar las notas en papel y la enemistad con Salieri es un invento de Hollywood para hacer la pelicular “Amadeus” más interesante.
          Hoy quiero hablar del Mozart transgresor, inmaduro e infantil que bajo circunstancias poco favorables produjo obras de incalculable belleza. ¿Cómo llegó una vida tan prometedora a un final tan trágico?  Su afán por utilizar temas controversiales en sus óperas, sus constantes rompimientos con las normas de armonía y sus juegos con las formas en una época por naturaleza apegada a moldes establecidos lo llevaron a producir obras maestras que siguen produciendo un encanto universal. Sin duda su mezcla de sencillez, genio y rebeldía fue causa tanto de su ruina como de su gloria.
          Los espíritus libres están siempre adelantándose a sus tiempos y no podría ser el caso de Mozart diferente. De este modo llegamos al Cuarteto No. 19 en Do mayor K. 465 (6 años antes de su muerte) también conocido como el Cuarteto Disonante. ¿Y que tiene este cuarteto de especial? Demos un recorrido. Las disonancias en el periodo clásico eran muy mal vistas. Durante el barroco, Bach como era de esperarse las empleaba en sus composiciones ocasionalmente y ganas no me faltan para meternos de lleno en ese asunto pero hoy es turno de Wolfie. En el periodo clásico la música tendía a ser simple, balanceada, muy estructurada y casi nunca en tonalidad menor, mucho menos usando disonancias evidentes ya que son “desagradables” al oído. Este tipo de intervalo se utilizó un poco más en el periodo romántico y en el Siglo XX hay compositores que parecen haber trabajado bajo una consigna disonante que atacara el oído por numerosos frentes. ¿Por qué entonces Mozart escribió un cuarteto cuya introducción o tema A fueran acordes disonantes? No lo sabemos, pero me hace pensar que quizá ya estaba cansado de las formas del clásico y quería explorar nuevas armonías que saciaran su curiosidad.
          Es bien sabido que los genios creativos innovan por su misma naturaleza. Beethoven por ejemplo revolucionó la música al escribir la Sinfonía No. 3 en Mib en 1803, rompiendo la forma sonata ya usada hasta el cansancio en el periodo clásico, pero no fue sino hasta unos veinte años después que los compositores se subieron al barco romántico y empezaron a componer de forma caprichosa y nacieron las piezas de carácter, los poemas sinfónicos y cualquier otra ocurrencia creativa que no se debía ajustar más a moldes rígidos. Incluso el mismo Beethoven regresó a componer en estilo clásico antes de darse por completo a las libertades que el mismo inauguro. Este genio contemporáneo de Mozart, no solo hizo el puente entre el clásico y el romántico sino que también al final de su vida incursionó en algunas piezas de tinte atonal (con muchas disonancias) tales como La gran fuga y algunas de sus últimas sonatas para piano, sin embargo no fue el sino Claude Debussy quien rompió por completo con el periodo al introducir nuevas armonías de influencia oriental, lo  que daría pie al Impresionismo y Siglo XX.
          Beethoven y Mozart fueron contemporáneos, pero no amigos. Mozart fue un niño prodigio que viajó por Europa protegido por su padre quien era su maestro y representante. Beethoven fue un niño talentoso a quien su padre alcohólico obligó a seguir el camino de Mozart, incluso mintiendo sobre su edad para parecer más sorprendente. Wolfang gozó de fama mientras era pequeño y al llegar a la edad adulta tuvo más problemas para sobresalir. Ludwig gozaba de popularidad entre la sociedad vienesa, era un hombre culto que gustaba conversar sobre filosofía y literatura hasta que quedó sordo y empezó su retirada del mundo. Mozart fue enterrado en una fosa común con algunos amigos y familiares presentes, no se sabe con seguridad donde están sus restos. Beethoven fue enterrado en una ceremonia con cientos de asistentes. Vale la pena mencionar que el hijo homónimo de Wolfang Amadeus Mozart guardaba mucho rencor hacia Beethoven porque el sí gozó en vida de la fama y reconocimiento que fueron negados a su padre.
          Beethoven escribió 9 sinfonías, y la novena es sin duda la obra de música clásica más famosa de todos los tiempos, aun si solo conocemos el tema del coral-El himno a la alegría. Esta pieza la escribió casi al final de su vida, cuando ya había recorrido y resuelto pasiones, se había retirado del mundo y regresado, había hecho la guerra con la vida por haberle quitado lo más preciado, la capacidad de escuchar. ¿Qué hubiera escrito Mozart de haber tenido esta oportunidad de tener una vida longeva? ¿Qué hubiera escrito un Mozart más maduro, experimentado, con vivencias enriquecedoras y quizá serenidad de espíritu? Además Wolfang enfrentó varias dificultades en su corta vida, y una de ellas, fundamental, es que no tenía un mecenas confiable. Sus múltiples arranques, su vida bohemia e inestable no le permitían tener la suficiente honorabilidad para que un monarca lo patrocinara, ni para que los nobles permitieran que enseñara a sus hijas piano. Sus obras a menudo incomprendidas por el público no gozaban de la fama necesaria para que los ingresos fluyeran, y cuando si lo hacían, su vida desordenada acababa pronto con ellos. Esta dependencia de un público que pagara por la música, novedad de la independencia musical que empezaron a gozar los artistas a partir del barroco, sin duda era tanto una ventaja creativa así como una condena al tener el músico que complacer los oídos de las masas. Pocos y dificultosos años tuvo Mozart para crear.
          La música que produjo Mozart, aun siendo el joven, irreverente y a veces infantil tiene una profundidad y a la vez una sencillez de una exquisita belleza, una cualidad sublime que hace llegar  su música directo al espíritu y no necesitamos ser los grandes conocedores de la música de concierto para disfrutarla. A diferencia de Bach, Mozart no es difícil de escuchar. A diferencia de Beethoven que obscurece a la orquesta con más cellos y bajos Wolfang es  luminoso. Su música es casi siempre alegre y ligera pero una ligereza perfecta y balanceada que rompe por aquí y por allá con las formas y las hace de repente como quiere.
          Las pocas obras de Mozart que están en tonalidad menor (modo que se utiliza para evocar tristeza, tragedia, melancolía o cualquier cosa opuesta a la alegría) son obras maestras de inigualable belleza, por mencionar solo una el Requiem, cuyo movimiento más popular lo terminó su aprendiz, es en mi muy personal punto de vista la misa para los muertos más bella jamás escrita.
          Tengo entre mis manos un gran problema, y es que nunca podré saber a dónde se dirigía Mozart cuando empezó a utilizar acordes disonantes y cuando coqueteaba con la flexibilidad de las formas. Tampoco podré saber que hubiera escrito un Mozart en edad adulta, porque yo tengo precisamente la edad en la que él murió y francamente me hace falta mucho por vivir, por crecer y adquirir serenidad de pensamiento. El problema no tiene solución y tendré que vivir con ello escuchando su música y encontrando cada vez nuevas incógnitas.
        Para concluir debo decir que Mozart no fue mi primer amor musical, sino Bach, pero sus bellas melodías poblaron mi mente adolescente de una manera que lo primero que hice al poder tocar el viejo continente es ir a Viena, buscar su departamento y maravillarme mientras escuchaba el Requiem en audífonos y veía tras una vitrina de vidrio la partitura en el mismo cuarto donde la escribió. No tendré respuesta a mis preguntas, pero el hecho de poder escuchar su música y reflexionar en lo que pudo ser me da tanto que no pido nada más. Por hoy dejaré descansar a Mozart y me limitaré a deleitarme con su obra.
Referencias:
Einstein, A. (1945) MOZART, His Character, His work . New York: Oxford Univertisty Press
Muñoz de la Nava Chacon, J.M (2004) Grandes Biografías Ilustradas, Mozart W. Amadeus. Madrid: Dastin Ediciones

Spaethling, R. (2000) Mozart’s Letters, Mozart´s Life. New York: W. W. Norton and Company

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